Descarga de petos en La Restinga.
Gregorio Cabrera
El sol desciende por la Punta de Tifirabe cuando una estela rasga el hasta ahora inmaculado y solitario manto azul de las aguas frente al puerto de La Restinga, en el corazón de la Reserva Marina de la isla de El Hierro. El barco arrastra la réplica hecha con resina de un peto, el esquivo pez que ha salido a buscar de buena mañana Héctor Fernández, la figura humana que se distingue a lo lejos, desde el dique exterior, en la proa del ‘Pedro Miguel’. La mancha oscura que se mueve en la popa es su perro ‘Hulk’. El marinero aferra una larga lanza rematada con un anzuelo y hace una última intentona en una baja cercana antes de enfilar la boca del refugio.
El resplandor que desata el atardecer alrededor de la embarcación anuncia que ha sido un viernes de provecho. El peto, según cuenta Héctor, “va a la superficie a calentarse y se agacha cuando todo se pone oscuro”, así que el ocaso marca el final de la jornada. Con los años, agrega, “aprende uno a ver el ‘celaje’ del pescado”, esto es, a distinguir su presencia en el océano. En el refugio aguarda la familia. Héctor descubre las piezas, varios ejemplares plateados de buen tamaño, el mayor de ellos de casi veintisiete kilos, aunque él ha capturado petos de cerca de cuarenta y en La Restinga se han cogido hasta de sesenta.
Héctor Hernández en La Restinga.
Héctor es uno de los cerca del centenar de profesionales del mundo marinero de Canarias interesados en abrir la actividad pesquera al turismo para diversificar los ingresos del sector y reforzar de este modo su viabilidad, a la vez que se muestra y se difunde la riqueza del patrimonio marinero del archipiélago, tan profundo como el Mar de las Calmas. Y todo ello desde el compromiso con un modelo de pesca artesanal, pues el sector depende de su propia sostenibilidad.
“Sería una ayuda más, claro, aunque sea para pagar el gasoil y los costes que tenemos, porque cada vez es todo más caro. Aquí mismo, en La Restinga, habría mucha gente interesada en sentir cómo es nuestra pesca o cómo se ‘jala’ del pescado”, dice este pescador, que se ha inscrito en uno de los cursos de formación del programa Hecansa Azul.
Estos cursos han emergido como respuesta al interés del sector para buscar nichos ligados al turismo y echar así un nuevo anzuelo al futuro con actividades sostenibles basadas en la irresistible atracción del mar y el interés de la pesca artesanal. También es necesaria la adaptación de las embarcaciones, motivo por el que Hecansa, los Grupos de Acción Costera y las cofradías trabajan conjuntamente con las Capitanías Marítimas de las provincias canarias islas para agilizar los trámites y dar apoyo a un sector que es la columna vertebral de una tradición centenaria.
Así, los petos que trae Héctor son el primer eslabón de una cadena económica y social de la que dependen muchas familias. Son servidos en prácticamente todos los restaurantes de La Restinga, a la plancha o en ceviche, incluso ahumados. Se trata de una muestra más del significado de la pesca en Canarias, pues el peto forma parte de la esencia del lugar, igual que el ‘patúo’ o el atún rojo. “El año pasado pude coger toda la cuota. Este año, vamos a ver…” La incertidumbre siempre viaja a bordo.
En la punta opuesta al lugar donde se levanta la Cofradía de Gran Tarajal, en la isla de Fuerteventura, se divisan los restos de la antigua factoría de salazones de atún, donde se llegaron a manufacturar hasta 20.000 kilos al día de lomos que eran enterrados en sal y quedaban perfectamente curados en menos de seis semanas. Un poco más allá de la loma, en dirección a Las Playitas, se han colocado nidos artificiales en un desesperado intento por recuperar la desaparecida población de guinchos o águilas pescadoras. Aquí, el sector pesquero lucha también por su supervivencia.
“Todo lo que sea promocionar la pesca artesanal y que alguien se vaya feliz después de un día en la mar, me parece extraordinario, pero veo mucho papeleo y muchas exigencias”, reflexiona Lorenzo Brito, un mar en calma en sí mismo, Patrón Mayor de la Cofradía de Gran Tarajal, nacido en Mesque y vinculado a la pesca desde los catorce años.
Patrón Mayor de Gran Tarajal en Fuerteventura.
“Debemos dar a conocer lo que tenemos aquí y que se reconozca como parte de la realidad de Fuerteventura. Somos una pesca artesanal y sostenible al cien por cien. Por eso es importante que el turista vea cómo se saca una nasa, que se tiran los pescados que no dan la talla o de qué manera se coge una fula al alto, a quinientos metros de profundidad”, defiende.
“Aquí en Gran Tarajal, en Ajuy y en otras zonas hay interés en la pesca-turismo, y vemos que cuando sacamos los barcos y cuando regresamos la gente te pregunta por la clase de pescado que traes o cómo lo capturaste”, precisa. “Quizás no sería para vivir de esto, pero sí supondría una fuente más de ingresos y, sobre todo, una manera para dar a conocer la pesca, que es más importante que el dinero mismo. Somos un ejemplo mundial de pesca sostenible y nosotros mismos estamos restringiendo las artes de pesca. ¿Para qué quieres más ingresos si acabas con los recursos?”, se pregunta.
Brito enseña con su teléfono móvil un vídeo grabado a bordo durante la pesca del atún. Tras él, en contraste, cuelga de las paredes un universo de fotografías en blanco y negro, repletas de velas y aparejos de otros tiempos que asoman al pasado marinero. Una de las imágenes muestra a su antecesor, Juan Ramón Roger Carreño, que permaneció durante 31 años al frente de esta Cofradía que quiere prolongar la historia del puerto majorero para que atunes, viejas, fulas de altura y rabiles, así como los hombres y mujeres que dan cuerpo y alma a la pesca en Canarias, sean protagonistas en la era de las redes sociales y la tecnología.
“Un barco nuevo era como si naciera un hijo”, rememora Gilberto Sánchez, Patrón Mayor de la Cofradía de San Juan en la isla de Tenerife. “Don Ángel, ¿usted me avisa cuando asiente la quilla”, le rogaban los pescadores a su padre, carpintero de ribera en la baja de Alcalá, para seguir de cerca los hitos de un proceso trascendental que solía durar entre dos y tres meses hasta que el bote veía la luz y se incrementaba la familia atlántica al sur de Tenerife.
Gilberto, que tomó el testigo de su padre como constructor de barcos y es propietario además de tres embarcaciones profesionales, ha vivido siempre los procesos propios del mundo marinero como algo natural. Y sostenible. Incluso sin pensarlo. “Se cogía el serrín del sinfín”, la sierra mecánica, “y se guardaba, porque los cabreros te pagaban algo por él. Y también venían hasta por cuarenta sacos de leña del restaurante de Juana ‘La Negra’, porque se hacía una tonga con el laurel de indias y el moral que iban sobrando”, revela. Verdadera economía circular mucho antes de que el concepto fuera acuñado.
Pero aquel estilo de vida pende de un hilo. “Ya no hay relevo generacional”, avisa. Considera que la apertura al turismo es una vía para darle un respiro a un sector que mengua y que se desvela por si el atún, migratorio e imprevisible como es, entra o no entra, igual que el bonito, que precisamente acostumbra a acercarse a las aguas entre Tenerife y La Gomera por la festividad de San Juan.
Patrón Mayor de San Juan en Tenerife.
“El turista quiere la sensación de estar en un pueblo marinero, pero primero hay que mejorar las infraestructuras”, puntualiza. Añade, igual que su compañero majorero, que en otras regiones del país se ha facilitado el casamiento entre pesca y turismo y da por descontado el interés que despierta la práctica de la pesca artesanal, pues lo ve ahora y lo vivió de niño en la puerta del taller de su padre. Cuando se daban cuenta, se había formado una hilera de extranjeros para tomar fotografías. A él le pasa también hoy en día: “Y me agrada, pero todo esto se va perdiendo”.
Gilberto saluda a un lado y otro en la zona de reparación del muelle. “El pesimista se queja del viento. El optimista espera que cambie. El realista ajusta las velas”, reza un cartel adosado al casco de un barco. Entre los últimos podría encuadrarse a Juan Carlos Suárez, inscrito en el curso de pesca-turismo de la isla de Gran Canaria, con el que se muestra “encantado”. Este pescador de Agaete se ha desplazado hasta San Juan para recoger al ‘Nuevo Bencomo’, otro ‘hijo del océano’ que lleva la firma de Gilberto.
Dos anclas permanecen a pie de muelle a la espera de ser cargadas a bordo del ‘Cima de oro’, un barco histórico de la flota canaria con base en el Puerto Naos de Arrecife en la isla de Lanzarote y que está siendo pertrechado para el inicio de la temporada del atún rojo. Son un símbolo de la voluntad del sector pesquero de anclarse al presente. Aunque no resulta sencillo. “Ahora cuesta completar las tripulaciones”, subraya uno de sus integrantes, José Luis Guadalupe Toledo, que recuerda que él se embarcó por primera vez con 13 años junto a un grupo de marineros procedentes en su totalidad de La Graciosa.
José Luis Guadalupe en el Cima de Oro en Arrecife.
“Aquí no viene nadie”, insiste. Los seis barcos atuneros amarrados en Arrecife han hecho piña en una comunidad pesquera “que no existe en ningún sitio de España” como vía para hacerse más fuertes frente al temporal de contratiempos. “Los marineros de los seis barcos ganamos lo mismo”, explica José Luis. Su hijo se ha formado como patrón en el Instituto de Formación Profesional Marítimo-Pesquero de la capital lanzaroteña y se ha apuntado al curso de pesca-turismo de Hecansa Azul.
José Luis considera que el turismo marinero es una alternativa especialmente indicada para “los barcos pequeños que salen a la pesca del día, como los que hay en Puerto del Carmen, Playa Blanca y La Graciosa”, y en menor medida también en Arrecife, entre otros refugios pesquero de la geografía lanzaroteña. José Luis, cuyos apellidos rezuman salitre y estirpe graciosera, tiene prisa. Se despide, arranca el motor de la furgoneta y parte para hacer otra más de las mil y una tareas previas al momento de zarpar.
Los acantilados que se extienden de Mogán a Guguy, con pequeños manantiales que solo conocían marineros, mariscadores y orchilleros que se enriscaban por lugares imposibles, son un libro abierto a la formación geológica de Gran Canaria durante millones de años de erupciones. Pero lo único que le preocupa al Patrón Mayor de la Cofradía, Cristóbal Godoy, es qué sucederá a corto y medio plazo con la flota que se guarece en el Puerto de Mogán.
Patrón Mayor de Mogán.
En su opinión, el turismo supone un buen asidero en tiempos difíciles. “El tema es que la gente se embarque y vea las diferentes artes de pesca y cómo faenamos y aumentar así la economía pesquera”, comenta. “Sería una ayuda para la comunidad. Aquí hay dieciocho barcos, cada uno lleva dos, tres o cuatro tripulantes y de nosotros viven muchas familias, restaurantes, distribuidoras, transportistas o intermediarios”, destaca.
“Estamos en una zona turística y yo creo que funcionaría bien. Por lo menos hay que hacer la prueba. A ver si llegamos todas las partes a un entendimiento y podemos sacar el tema, porque además en otras zonas de España, de Italia y de otros sitios ya se está haciendo, y creo yo que aquí no debemos ser menos”, razona. “La formación nos está dando mucha información para obtener las autorizaciones. Nos están guiando por el buen camino”, agrega.
El año pasado fue “ruin” para el pescado de fondo. Hay temporadas en las que los armadores hacen equilibrios para pagar la seguridad social y el gasoil. Otras personas habrían arrojado la toalla, pero gente como Cristóbal lleva dentro “el gusanillo de la mar, que te entra de pequeño y lo tienes en la sangre”. Cuando el pescado ‘jala’, tira también de la razón de ser de cada marinero. “No te lo puedo explicar con palabras”, concluye. Tiene razón. Habría que estar ahí y verlo.
La formación sube a bordo
La formación ha subido a bordo de los barcos pesqueros de Canarias para proporcionar las competencias necesarias para diversificar la actividad y aprovechar nichos relacionados con el turismo, como ya ocurre en Galicia, Andalucía o la Comunidad Valenciana. Para ello, el programa Hecansa Azul ofrece los cursos específicos ‘Pesca-turismo’ y ‘Turismo marinero’, dirigidos a pescadores y pescadoras profesionales y a personas interesadas en especializarse en este turismo más sostenible, con sesiones presenciales en todas las islas hasta septiembre de 2023. Su objetivo es prepararse para ofrecer experiencias con garantías de seguridad, calidad y respeto al medio ambiente.
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